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El milagro de Leyanis

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El milagro de Leyanis

A Leyanis la vida la llevó duro. A los 20 años fue diagnosticada con VIH/SIDA. Todos la empezaron a mirar como un bicho raro. Muchos “amigos” le dieron la espalda. El mundo pareció caérsele encima. Su día a día se tornó en un constante ir y venir a hospitales y laboratorios. En su bolso se hizo un lugar para el paquete lleno de pastillas. La muchacha alegre, entusiasta y bien llevada perdió su sonrisa.

Con el paso del tiempo, regresaron sus ilusiones y sus ganas de salir adelante. Aprendió a vivir con la enfermedad. Buscó la manera de ser feliz, encontró el amor e hizo nuevas amistades. Pero siempre sintió un vacío en su vida, un sentimiento de esos que son como las células cancerígenas, el deseo de ser madre nunca la abandonó.

Después de escuchar a muchas personas desanimarla: “niña pero tu estás loca no vas a superar el embarazo”, “es un egoísmo traer un inocente al mundo con riesgo de que padezca una enfermedad así”; decidió intentarlo. Se preparó física y psicológicamente, buscó consejo de profesionales, y se lanzó. Desechó los métodos anticonceptivos y en menos de dos meses salió embarazada. Pero ni las esmeradas atenciones de su madre ni todos los cuidados médicos fueron suficientes. Con 33 semanas, el latido del corazón de su bebé desapareció.

Vinieron meses duros de dolor, decepción y tristeza. Llegó a perder la esperanza, pero lo volvió a intentar. Un año y medio después del aborto, Leyanis volvía a quedar embarazada. Las precauciones se multiplicaron, y los miedos también. Esta vez todo tendría que ir bien, se le acababan las oportunidades. 

Aunque el embarazo iba relativamente bien, las semanas parecían eternas. A las 33 semanas resultó positiva a la covid-19. Durante el traslado al hospital ocurrió algo inesperado… la ambulancia realizó un movimiento brusco de repente debido a un desnivel de la carretera y ella notó un líquido que fluía entre sus piernas. Estaba de parto. Las próximas horas serían de tensión. La bebé corría el riesgo de contagiarse en el canal del parto.

Luego, todo pasó muy rápido, hasta que tocó esperar los resultados de los exámenes de la recién nacida, ahí sí que el tiempo se puso lento. Las manecillas del reloj parecían estáticas, ella ni siquiera sentía el dolor de su cuerpo, su madre caminaba de un lado a otro del pasillo. Pasaron 12 horas hasta que se presentó una enfermera en la puerta de la habitación aislada y con dos palabras desató el nudo de su garganta, pero ya nadie podía devolverle sus uñas ni frenar el torrente que salía de sus ojos.

La bebé era seronegativa. Atribuirlo a la providencia divina sería injusto, pues muchos pusieron su granito de arena para que todo saliera bien, pero también mucha gente ese día levantó sus ojos al cielo y le dio gracias a Dios, otros le prendieron una vela a Shangó, hubo quién se arrodilló frente a sus guerreros; ella solo llamó a la pequeña Milagros. (Por: Yulia Galarraga Reyes, estudiante de Periodismo)

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