Por. José Miguel Solis
La ética ante todo, es ciertamente necesaria para ser dignos y justos. Esta tarde lluviosa me hace pensar Ercilio Vento en una frace martiana: "el vanidoso mira a su nombre; y el hombre honrado a la patria. Venga esta reflexión profesor.
Atento cada mañana al informe y actualización que ofrece nuestro Ministerio de Salud Publica en la voz del Dr. Francisco Durán García, aprecio un detalle que quizás no sea de la atención de todos los que le escuchan:
siempre comienza sus palabras con la relación de los fallecidos, mas lo hace desprovisto de la fría objetividad del número, sino con un sentimiento de auténtica pena y condolencia. De ello resulta un ejemplo de humanismo, sensibilidad, respeto al ser humano y, sobre todo, una lección de ética profesional que nuestros estudiantes debieran aprovechar como doctrina.
Es obvio que la persona que fallece no es un conocido en lo personal, pero es parte de la gran familia humana que viene convocada a un destino casual que no pidió ni tampoco sospechó en vida cuando la enfermedad convertida en pandemia se acercaba a Cuba.
En mis 44 años de ejercicio médico dedicados a la Anatomía Patológica en una parte y a la Medicina Legal en 40 de ellos; he tenido la privilegiada ocasión de ver la magnitud del dolor ante la muerte.
Los que investigamos sus causas no somos servidores del sepulcro, sino la ocasión en que la muerte se goza ayudando a la vida, como así lo sentenciara Morganghi.
Sentir el dolor ajeno y saber que puede ser el propio es una distintiva y noble cualidad del carácter de un profesional de la salud. Por ello invito a poner atención a las palabras del doctor Durán, sobre todo cuando sin afectación se alegra por los vivos y deplora los difuntos. No puede haber en estos días mejor lección de ética en todos los sentidos.