Inquieto el oleaje; ansiosa la playa, como si presintiera el desembarco audaz que aquel lunes, 1ro. de abril, estaba a punto de glorificar sus arenas. Casi en el adiós de la madrugada persistían las nubes renuentes a darle paso a la luz. Abajo, Duaba, en espera del amanecer demorado por el mal tiempo.
Han pasado 129 años, y es posible todavía imaginar, en el claroscuro de la hora y del clima adverso, la silueta de los 23 hombres que, a bordo de una goleta endeble, emergían casi a la deriva entre el oleaje de un mar furioso.
Pareciera que hoy, en el resistir del día a día, regresan crecidos al margen de la fatiga, tras el viaje azaroso iniciado siete días antes (el 25 de marzo), en Puerto Limón, Costa Rica. A Duaba no la conocían, pero tenían la certeza de estar de vuelta en la Patria 18 años después de haber salvado su honor en los Mangos de Baraguá.
En la goleta Honor habían llegado los mayores generales Antonio y José Maceo, y al frente de la expedición –hasta tocar tierra–, el también general Flor Crombet. Antes, este último y el Titán de Bronce echaron a un lado su querella. Liberar a Cuba estaba por encima de cualquier otra razón.
Con ellos, apenas 11 fusiles, 75 cartuchos per cápita, 23 revólveres y 15 machetes; pero sólida ya la unidad que les inculcó el Partido Revolucionario Cubano, pura en el pecho una misma causa, y con Baraguá en el espíritu, traían un arsenal incomparable.
Ya en tierra, liderados por el héroe de Baraguá, enfrentarían los peligros mayores. Cercados por un enemigo superior en armas y hombres, contra ellos también actuaron traidores. Dispersarlos físicamente en un combate desigual y feroz lo lograron, pero dividirlos no, desmovilizarlos tampoco, ni derrotarlos.
Acorralado Crombet, aislado el León de Oriente, perseguidos el Titán de Bronce y su grupo, fermentaron la savia de una isla que ahora parece refrendar, con su resistencia, lo dicho aquel día por Flor a sus hermanos de armas: «Están con nosotros la razón y la justicia (…) Enseñad al mundo que sabéis triunfar en la lucha».