Cuatro momentos en la vida de José María Heredia: A 185 años de su muerte

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Un 7 de mayo de 1839 fallece José María Heredia en Ciudad México. Tenía al morir 36 años; no obstante, dejaba una obra poética y periodística de las más representativas de la literatura hispanoamericana de la primera mitad del siglo XIX, cuya influencia se haría presente en otros creadores de la talla de Gertrudis Gómez de Avellaneda, Plácido, José Jacinto Milanés y José Martí. Sin pasar por alto su condición de fundador de revistas y periódicos.

Para la escritora mexicana María del Carmen Ruíz Castañeda: “Su cultura neoclásica, unida a su conocimiento de los nuevos autores, hicieron de él un guía ideal en la etapa de desorientación que México atravesó durante los primeros años de su vida independiente”.

I

Considerado por José Martí como “el primer poeta de América”, José María Heredia y Heredia es también nuestro primer poeta nacional. Además, fue el primero de nuestros ilustres desterrados políticos en pasar la mayor parte de su corta vida distante de sus dos principales amores: la familia y Cuba.

La patria y la libertad fueron los fundamentos primeros y mayores de su poesía de contenido patriótico. “La estrella de Cuba”, concebida en plena clandestinidad en la ciudad de Matanzas, en octubre de 1823, es el primer poema abiertamente independentista de la historia de la literatura cubana. En el mismo Heredia asume la estrella como el símbolo llamado a guiar a los cubanos por el difícil camino de la independencia nacional, aun cuando era el “sol bolivariano” el que identificó a la abortada conspiración independentista en la que se involucró (Soles y Rayos de Bolívar), viéndose obligado a huir disfrazado de marinero por el puerto de Matanzas con destino a los Estados Unidos de Norteamérica.

II

Heredia también está entre los primeros de su tiempo en cantarle con verdadera altura poética a la naturaleza y las culturas ancestrales de nuestro continente. Su oda “En el teocalli de Cholula” (1820), concebida a los diecisiete años de edad, inicia el tránsito del neoclásico al romanticismo en la literatura en lengua española.

Mientras, su oda “Niágara” (1824), que le inspirara el majestuoso paisaje de las famosas cataratas, fue incluida por el más importante crítico literario de España, don Marcelino Menéndez y Pelayo, entre las cien mejores poesías líricas de la lengua española de todos los tiempos.

En la oda “Niágara”, Heredia asumió la palma real como símbolo identitario de la naturaleza de Cuba, condición hasta entonces otorgada al fruto de la piña por los primeros poetas barrocos y neoclásicos cubanos que le precedieron.

No es de extrañar, pues, que su otrora amigo de lides independentistas, el dibujante y poeta matancero Miguel Teurbe Tolón, refrendara tal condición décadas después, al representar una palma real en su diseño del escudo nacional.

III

A México llegó Heredia por segunda vez en el verano de 1825, a partir de una invitación que le hiciera su primer presidente, Guadalupe Victoria, impuesto de los méritos literarios cosechados por el joven abogado cubano, así como de su identificación con la causa de la independencia americana.

En el trayecto por mar desde Nueva York hasta Puerto Alvarado, en Veracruz, la goleta en la que viaja Heredia, al atravesar el Estrecho de La Florida, se ve obligada a desviar su rumbo a causa de un temporal de los que abundan en esta latitud por estos meses del año, y se acerca a la costa norte del occidente de Cuba.

Tal maniobra, impuesta por la mano de la naturaleza, le permite a nuestro poeta divisar una altura bien entrañable para él, el llamado Pan de Matanzas. Entre emocionado y nostálgico concibe entonces “El himno del desterrado”, el cual se convertiría en un verdadero himno de los independentistas cubanos durante las tres guerras que libraron por la independencia nacional en la antepasada centuria.

IV

José María Heredia murió en plena pobreza, en un cuarto interior de la calle Hospicio número 15, en Ciudad México. Sus restos fueron depositados en el panteón del Santuario de María Santísima de los Ángeles. La prensa no se hizo eco de la muerte del poeta. Sin embargo, al día siguiente del entierro, el Diario del Gobierno, donde Heredia había asumido la sección literaria hasta una semana antes, publicó la convocatoria para ocupar la vacante dejada por él.

En 1844 al viajar su viuda Jacoba Yáñez a Cuba, a donde llega para morir, los restos del poeta son trasladados al cementerio de Santa Paula. Con la clausura de esta necrópolis tres años después, sus restos pasan al cementerio de Tepellac, donde se pierde su localización al ser enterrados en una fosa común.

Tales hechos parecieran replicar en la inmortalidad la odisea de su niñez y azarosa vida pública; pero, no hay nada que lamentar. A fin de cuentas, los restos del primer poeta de América descansan en tierra mexicana, o sea, en Nuestra América.

La influencia de su poesía, en particular, la patriótica, a más de su obra como periodista, profesor, historiador, crítico literario y dramaturgo, contribuyó a reavivar en las nuevas generaciones de cubanos el ideal independentista; el mismo que a casi dos décadas de su muerte, se haría grito de guerra en Yara, un 10 de octubre de 1868. ¿Qué otro mejor poeta nacional para la nueva patria que nacía?

Los cubanos y cubanas, quizás, hoy más que nunca, necesitamos volver a él, reflexionar sobre su vida y tiempo histórico, que no es otro que el de los orígenes de una nación que sigue haciéndose… Y, sobre todo, volver a su poesía y periodismo. Para quien despertó en Martí y tantos otros patriotas e ilustres cubanos y cubanas “la pasión inextinguible por la libertad”, volver a él y darle de nuevo el lugar que le corresponde en nuestra historia y literatura, será la mejor manera de honrarlo y honrarnos.

Tomado de La Jiribilla