Lo único que tienen en común poesía y política, solía decir Joseph Brodsky, son sus letras iniciales. Me pregunto qué tendrán en común poesía y economía cuando tomo en mis manos el poemario Economía Nacional, de Gaudencio Rodríguez Santana. Si seguimos la estela del poeta ruso aparentemente nada; pero qué podrá esperarse de un libro con nombre tan sui generis que lleva por título Economía Nacional. Y aclaro, digo sui generis pensando a la economía que se refiere, en este caso la nuestra, la cubana.
Recuerdo en mi época de estudiante universitario recibir tres materias al respecto: Economía Política del Capitalismo, Economía del Socialismo y Economía Cubana. Y pienso que incluso, por ironías metodológicas, la economía cubana se imparte de tercera (entiéndase Tercer Mundo), mientras que la del capitalismo se imparte de primera. Esto lo digo porque es muy diferente un poemario que se titule The National Economy en vez de Economía Nacional, aunque para suerte de su autor los versos de Gaudencio tienen la posibilidad de estar tanto en la primera como en la tercera de las variantes económicas.
Para medir el valor de una economía se utiliza la variable del PIB (Producto Interno Bruto) y ahora sí, lo que tienen en común poesía y economía es el PIB, o como diría Brodsky, solo sus letras iniciales, aunque no cualquier letra, nos referimos concretamente a “producto”, o sea poesía y producto. Históricamente, el producto estrella de la economía cubana fue el azúcar, desde inicio del siglo XIX hasta finales de la década de los 80 del siglo pasado ese fue nuestro producto estrella. En 18 décadas: varias generaciones de cubanos, luchas de independencia, intervenciones norteamericanas, revoluciones y el único factor común fue nuestro producto estrella, el azúcar. Poesía y producto tienen las mismas letras iniciales y solo eso para nuestra desgracia, pienso, porque si el valor del PIB se midiera por la calidad de los versos que se realizan en esta isla, sin dudas, nuestra economía fuera del primer mundo. Y esto último lo constaté al leer los versos de Economía Nacional, de Gaudencio Rodríguez Santana. Nacido en España, no la antigua metrópoli, y sí en el antiguo central azucarero de Perico, municipio matancero, en el año 1969, antesala de la mayor zafra que vio la historia revolucionaria de este país. Seguro estoy que Gaudencio poco o nada recuerda de ese momento, aunque su infancia, como la de muchos cubanos, huele a caña de azúcar. Y esa reminiscencia, recuerdo enjaulado, como las magdalenas de Proust, se develan, liberan, en los 43 poemas que conforman el libro.
La poesía de Economía Nacional es de clara intención nostálgica, no de una intimista hacia el sujeto-individuo, sino una nostalgia que vibra en las entrañas propias de la nación. El pueblo contempla chimeneas sin humo, el extraño recuerdo del hollín en esos lugares marcados por una rueda dentada, nos dice Gaudencio en los versos finales del poema con título homónimo al del libro, y con el que se comienza desandar por páginas cargadas de añoranzas. El viaje al pasado de Gaudencio es un viaje desde el presente, desde la radiografía del hoy, la reconstrucción de una historia perdida que comienza desde el polvo, el óxido de lo que se mantiene perenne a lo largo y ancho de la isla.
En el poemario el azúcar no es solo eje conductor, la economía se nos devela como tropo poético y el azúcar como metáfora, o mejor dicho, la gran metáfora de ese tropo. La jurisprudencia crítica alegará a su vez la inevitable comparación con La zafra, de Agustín Acosta. Reducirlo a solo esa comparación sería caer en un error, los versos del poeta nacional hacen de la metáfora del azúcar un ejercicio de combate, resistencia, hacia lo exterior. La identidad nacional se impregna de todo lo relacionado con la zafra, o lo que es decir para el gen de la idiosincrasia del cubano, la zafra era la vida misma. Los poemas de Gaudencio están lejos de ser un combate, son el resultado que el bardo recoge luego de que el campo de batalla está desolado, y en que se ha perdido todo y solo un vestigio de posibles sueños es lo que comienza a florecer.
No es fortuito que encontremos un discurso en el que el poeta tal parece que dialoga con lo que sería un teatro vacío, si tenemos en cuenta el título del poemario con el que Gaudencio ganara el premio Milanés de poesía en 2002. Si la vida del propio teatro emana de los espectadores es necesario contraponer que aquí lo desolado no son los teatros, sino los pueblos que alguna vez brillaron de esplendor bajo la égida del azúcar. El poeta dialoga con los espacios vacíos, los va inundando con sus versos, ocupa cada rincón de la geografía de los centrales con la palabra escrita, los hace suyo, nos lo devuelve completos, es cierto que detrás está el aroma del herrumbre pero Gaudencio ha salvado lo más difícil de salvar de los centrales, su alma y eso nos entrega.
Dicen los más avezados, que el béisbol nos corre por la sangre, pero estoy seguro que al hacer un análisis detallado, nuestro ADN revelará altos contenidos de C6H12 (sacarosa), porque incluso los equipos de pelota cubanos no se pueden desprender del dulzor, antes de 1959, los Cuban Sugar, pero después los Azucareros, y hace apenas dos años vimos a un equipo de béisbol usar el nombre de Centrales. La historia cubana también es el batazo de Orestes Miñoso que pasa la cerca, se va, se hunde en el último sitio que los ancianos quisieran colocar en sus memorias.
Lean la Economía Nacional de Gaudencio, siéntanse partícipe, llenen los espacios vacíos con los que dialoga. Solo me resta decir que si el PIB cubano dependiera de los versos de Economía Nacional, hoy estuviéramos más cerca del añorado socialismo próspero y sostenible.
(Por: Brian Pablo González Lleonart)