El sol apenas calienta la mañana. Pero el camino, todavía mojado por el último aguacero, no retrasa el paso del caballo y en buen tiempo llegamos a la finca. A más de tres kilómetros del pueblo, aguardan Yanisleydis y los niños, quienes en tiempos de pandemia permanecen en esta casa para acompañar a Osnay en las labores del campo.
Ya sentados en la sala de la acogedora morada, la pareja confiesa cuánto prefiere el aire puro de estos parajes y el trabajo en el surco, aunque tal satisfacción suponga no pocos sacrificios.
Muy temprano despiertan estos bolondronenses para ordeñar el ganado de manera que entre las cuatro y las siete de la mañana esté terminada la tarea. ¿Después? Prosigue llevar la leche a la Cooperativa de Créditos y Servicios (CCS) Camilo Cienfuegos.
Treinta y tres mil quinientos ochenta y cuatro litros entregaron el año anterior, cifra similar a la de periodos precedentes, aunque saben que las escasas lluvias de los últimos meses se interponen a sus expectativas actuales.
“¿El campo para mí? Es todo”, asegura Osnay Hernández Amaya, quien desde temprano corrió por estos potreros y aprendió de su padre los secretos del cultivo, esos que comparten hoy a los pies del arado, mientras Daniel, su hijo mayor, les sigue cada paso.
Con 18 años este productor ingresó en la CCS; y a partir de la Resolución 259 y la 300, sumó a la caballería de su propiedad, otras tres destinadas al ganado mayor.
Hoy es uno de los principales productores de leche y carne vacuna de esta entidad y del municipio, cuyo esfuerzo le ha valido numerosos reconocimientos en vísperas de las celebraciones por el Día del Campesino Cubano.
La disposición de su esposa, Yanisleydis Cueto Ruano, quien integra la Dirección de la Organización de Base de la Asociación de Agricultores Pequeños en la cooperativa, no se limita a las diferentes actividades festivas convocadas. Con entusiasmo ayuda también a su compañero en cada quehacer, donde el marabú exige rapidez y destreza; incluso durante aquellos días que en su vientre germinaba una nueva semilla.
Los dos comparten la alegría ante el fruto de la siembra y aunque la yuca, frutabomba, calabaza, frijol blanco, malanga o maíz seco no constituyen las principales producciones, también entregan cantidades considerables.
Su sencillez y empeño la heredaron también las dos niñas que en cuarto y sexto grado, en el tiempo libre han preferido ayudar a los mayores con los pies y las manos en la tierra.
Yanaysi muestra los conejitos más pequeños, mientras Yanelis corre a traerme ciruelas y me enseña el nido de tinguilillos sobre la hierba. A todos lados nos acompaña Chispi, una de las mascotas de la casa, aunque finalmente se rehúsa a salir en la foto familiar.
Para ellos, vivir aquí es más placentero, pero la ausencia de electricidad complejiza cada jornada. Si bien recibieron un sistema solar doméstico, les resulta imposible usar equipos tan importantes como el de ordeñar y la máquina de moler caña para alimentar al ganado.
“Sabemos que enfrentamos una crisis compleja en el país, pero la corriente no está muy lejos de aquí y si la extendieran hasta esta zona no solo mejorarían nuestras condiciones de vida, sino sobre todo las producciones”, explica Yanisleydis Cueto.
Las horas pasan y no se acaban los temas de conversación, pero el trabajo debe continuar. Subo entonces otra vez al carretón. De regreso al pueblo, esta vez guía el caballo, Daniel, que está en noveno grado y quiere estudiar Veterinaria.
Sorteamos los baches del camino mientras me cuenta que vivió también en la ciudad. Allí crió un conejo y sembró tomates, pero nunca los llegó a comer, porque los de allá no saben igual que los del campo.
Ahora ya divisamos las primeras casas de Bolondrón. Unas calles más y me despido con el tesoro de esta nueva amistad, el recuerdo de la guajirita más pequeña que me pidió volver a hacerles la visita y el anhelo de que se cumplan todos los deseos capturados en esta instantánea familiar. (Jeidi Suárez García)