Por. Lianet Fundora
Enfermería: como ángeles guardianes
En unos segundos logró canalizarle la vena. El anciano tendido sobre la camilla, sin apenas fuerzas, alzó los ojos, se miró en los suyos con una lucidez incuestionable y exhaló un suspiro.
-Arriba mi viejo, tranquilo, todo estará bien- Le contestó con voz jovial, la misma que durante 24 horas escucharía resonar en toda la sala, revisando el goteo del suero, animándolo en medio de la inmovilidad, suavizando con una caricia sobre la sien las hendiduras del dolor.
-Tiene una mano bendita- comentaban afuera en los pasillos. Pero nadie como el abuelo constató aquella vocación de ángel guardián que poco a poco hizo más llevadera la incertidumbre y alumbró el ocaso de su vida.
…
-Mantén las piernas separadas, debes abrirle el camino a tu hijo. Cuando la doctora te diga, puja duro. Tienes que ser fuerte ahora por los dos.
-Está bien, pero quédese cerca.
-Aquí estaré- Advirtió, y allí estuvo pendiente de cada signo, hasta que el llanto rasgó el velo del silencio en el salón de parto y reinó otra vez la alegría como si se tratase del primer alumbramiento. Permaneció ágil, procurando que nada faltase para que la sutura fuese rápida, sacándole sonrisas con sus ocurrencias, describiendo el valor de un hijo…
Se han puesto de nuevo cada aditamento del traje que necesitan ahora para cruzar la línea hacia la inminencia del peligro. Muchos que aguardan por ellos…
Serán quienes administrarán los medicamentos de primera línea; los que respaldados por guantes tocarán los cuerpos para lavarlos, vestirlos, como si la propia vida se desnudara entre sus manos que escogieron servir y amar.
Antes de mitigar su hambre, acercarán a los demás el alimento; pospondrán el descanso para velar sin intermitencias el reposo de otros. Frente a los límites que prohíben el contacto y las máscaras que los volverán extraños, su gestualidad bastará para que nadie se sienta solo.
Como una extensión rutilante del brazo derecho de los doctores y esa experiencia que hace que sus criterios no pasen inadvertidos, perseverarán junto a los enfermos, los centros hospitalarios y la comunidad que los aclama.
Y dejarán correr una lágrima cuando alguien marche para siempre; y saldrán a despedir henchidos de orgullo a quienes ya se han recuperado. Ellos, los que no subastan sus nombres como escalón a la fama, los que se saben implícitos en miles de aplausos y en ese enfermero, enfermera, “seño”… que pronuncian llenos de esperanza tantos labios.