El barbero de los viejos

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El barbero de los viejos

Yoan Montes de Oca Díaz abrió a eso de las nueve de la mañana su modesta barbería. Desplegó sobre la mesa sus dos máquinas de pelar que él mismo ensambló juntando las piezas que pudo encontrar, las tijeras que le regalaron las amistades, su máquina de afeitar de la década del 50 y su pequeño kit de aseo con talco, alcohol y crema. 

Con solo 23 años ya fue jardinero, custodio y hasta ayudante de albañil; pero en su nuevo oficio encontró la realización personal y profesional. ¿Quién le iba a decir que pelar a sus compañeros mientras pasaba el Servicio Militar le sería útil en el futuro? 

Usualmente el Yoyo trabajaba hasta terminar con el último cliente, bien entrada la tarde; pero aquel día solo abriría hasta la una, porque según él le tocaba atender a sus viejos.

En el hogar de ancianos Francisco Mirabal, del poblado San Miguel de los Baños, habían decidido contratar a un barbero con licencia que velara por el porte y aspecto de sus residentes; pero encontrar alguien que quiera realizar este tipo de tareas es complicado. 

Yoan había dado el paso al frente. Pelaba y afeitaba a los 40 residentes del asilo en ciclos de 15 días, con un contrato previo con la Dirección Municipal de Salud Pública. 

A eso de las dos y media de la tarde, ya tenía su equipo de trabajo montado en el pequeño local que le habían habilitado. Nunca llama a sus viejos; ellos se acercan, organizan su cola y él los recibe como si fueran sus clientes regulares.

“¿Qué te vas a hacer hoy, mi viejo?”, pregunta, y los ancianos se toman su tiempo para decidir. Aunque la mayoría escoge asumir su falta de cabello y pelarse al cero, siempre hay alguno que se pone quisquilloso para recordar sus años mozos. 

El joven les dedicaba el rato que necesitaran y escuchaba sus historias, los enredos familiares, las victorias personales y los cuentos de mujeres. Ese día Manuel García González quería dejarse el tres en la cabeza para celebrar su cumpleaños 85 y, al terminar, el Yoyo le preguntó: “¿Le gustó el pelado mi viejo?”. La respuesta de Manuel fue un cariñoso: “Ay mijo, para atusar caballos cualquiera sirve”.

El siguiente fue José Ibáñez, quien tiene por costumbre retar al muchacho a un combate de boxeo, para luego recordar sus peleas en torneos nacionales y el evento en México cuya fecha no logra recordar, donde dejó nocaut a dos boxeadores profesionales. “Hazte el loco que este guantanamero todavía pega fuerte”, afirmó desafiante José ante lo que el Yoyo solo puede reír para finalmente preguntar: “¿Lo de siempre, mi viejo?”. 

Terminó de pelar a los que podían caminar hasta la barbería del hogar de ancianos. Después tuvo que atender a los que ya no pueden levantarse de la cama y a los otros cuya cabeza ya no les da para pelarse voluntariamente. A estos últimos los sigue con la tijera en una mano y el peine en la otra, hasta que los convence de hacerles los cortes. 

El Yoyo termina su faena bien avanzada la tarde y se despide de sus viejos con la jarana típica de los cubanos. Uno le dijo que para la próxima visita trajera ron y otro le preguntó si conocía a alguna abuela en el barrio que pudiera presentarle. El joven barbero los disfruta y se ríe, con el cariño de un nieto que ha decidido tener muchos abuelos.