
El 25 de marzo de 1895 Martí y Gómez firman el Manifiesto de Montecristi. Foto: Canal Caribe.
Se cumplen en estos días 130 años de la publicación del Manifiesto de Montecristi (marzo de 1895), texto programático de la guerra de independencia de Cuba y en el que Martí escribió: “La guerra de independencia de Cuba, nudo del haz de islas donde se ha de cruzar, en plazo de pocos años el comercio de los continentes, es suceso de gran alcance humano, y servicio oportuno que el heroísmo juicioso de las Antillas presta a la firmeza y trato justo de las naciones americanas y al equilibrio aún vacilante del mundo”.
Cuatro años antes, en su ensayo filosófico y político “Nuestra América” (enero de 1891) había escrito “Injértese en nuestras repúblicas el mundo, pero el tronco ha de ser el de nuestras republicas”.
La nación cubana surgió, desde su misma fundación, con una vocación de inserción en el mundo.
Como reacción, formó siempre parte de la estrategia de los enemigos históricos de la nación cubana impedir esa inserción. Lo hizo el colonialismo español primero con leyes de monopolio que ataban a la metrópoli el comercio exterior, y lo hizo el imperialismo norteamericano después (y lo hace todavía) con el brutal bloqueo comercial, económico y financiero contra el pueblo cubano.
No es algo nuevo: la estrategia de aislamiento es la de nuestros enemigos, la estrategia de conexión diversa con el mundo, es la nuestra. “Plan contra Plan”, también decía Martí.
Como país pequeño que somos, nuestra supervivencia depende de que salgamos victoriosos de esa batalla. Quien construye puentes, ayuda, quien construye muros o inercias temerosas, estorba.
Ese diferendo histórico se mantiene hoy, y se mantendrá y será una tarea de las próximas generaciones de cubanos, pero las formas concretas en que se libra esa batalla van cambiando con el tiempo, en función de los cambios en el contexto económico mundial y en función de la evolución de las tecnologías.
La inserción creativa y diversa de la economía cubana en la economía mundial la intentamos desde los primeros años de la Revolución mediante el esfuerzo de diversificación industrial impulsado por el Che; la intentamos después, a partir de 1972, con la incorporación de Cuba al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) de los países socialistas, proceso interrumpido en los 90 por la desaparición de la URSS y del propio CAME; y lo intentamos de nuevo a partir del 2010 con la creación de la CELAC, proceso afectado también por el ascenso de gobiernos de derecha en América Latina.
Y hay que intentarlo otra vez ahora, en el contexto de esta compleja tercera década del siglo XXI.
Ese contexto está marcado por dos procesos, la globalización de la economía y la cuarta revolución industrial; más la interacción entre ambos.
“Transformación Productiva e Inserción Internacional” es uno de los Ejes Estratégicos Plan de Desarrollo Económico y Social hasta el 2030.
¿De qué manera injertarnos en el mundo, como reclamaba Martí, en el nuevo contexto económico y tecnológico? ¿Cómo contribuir, desde nuestra pequeña y soberana isla, al “trato justo de las naciones y al equilibrio aún vacilante del mundo”, según reclama el Manifiesto de Montecristi?
Esas tareas siguen en gran medida pendientes. Los procesos históricos operan a escalas de tiempo que rebasan el lapso de una vida humana. No hay que dejarse aplastar por esa realidad. De lo que se trata es de entender nuestro momento, e identificar y asumir lo que tenemos que hacer en él. Tener “sentido del momento histórico” (expresó Fidel) y “cambiar lo que debe ser cambiado”.
Necesitaremos:
- Reindustrializar al país con las tecnologías avanzadas de la cuarta revolución industrial (inteligencia artificial, macrodatos, robótica, biología sintética, nanotecnologías, internet de las cosas, nuevas fuentes de energía, etc.). El esfuerzo de los años 60 (recordemos que llamamos “Año de la Industrialización” a 1963) fue con las tecnologías de la Segunda Revolución Industrial (electrificación, combustibles fósiles, producción mecánica, etc.) correspondientes a esa época, y con ellas avanzamos.
- Aumentar el peso de producciones y servicios de alto valor agregado en nuestro PIB.
- Aumentar el espacio, hoy todavía muy pequeño, de productos y servicios de tecnología alta y media en nuestro comercio exterior
- Fortalecer la inserción de nuestro aparato productivo en cadenas globales de valor, y en las partes de mayor valor agregado de esas cadenas.
- Fortalecer nuestro ecosistema productivo con nuevas empresas y MiPymes estatales, que sean basadas en tecnologías avanzadas y además exportadoras. La experiencia mundial indica que hay una relación inversa entre el tamaño de las empresas y su capacidad de innovación.
- Dejar atrás la confusión entre la propiedad estatal, que debe prevalecer siempre en las empresas estratégicas, y el tamaño de la empresa, que debe acomodarse a las nuevas tecnologías y a las oportunidades de inserción internacional.
- Capturar los conceptos de Empresa de Alta Tecnología, de MiPyme Estatal de base tecnológica y de entidades de interfaz ( con las atribuciones que les permitan crecer) en el ordenamiento jurídico que estamos construyendo.
- Fortalecer las conexiones de nuestras empresas con universidades y centros científicos.
- Desplegar más empresas cubanas y mixtas en Cuba y en el exterior, especialmente empresas con tecnologías avanzadas.
El General de Ejército Raúl Castro dijo en su informe al VIII Congreso del Partido en el año 2021:
“Es ineludible provocar un estremecimiento de las estructuras empresariales desde arriba hacia abajo y viceversa, que destierre definitivamente la inercia, el conformismo, la falta de iniciativas y la cómoda espera por instrucciones de los niveles superiores. Hay que modificar viejos malos hábitos y desarrollar rasgos emprendedores y proactivos en los cuadros de dirección de nuestras empresas”.
Desarrollar una economía así, e insertarnos en el mundo así, a pesar del bloqueo, puede ser parte de la contribución que hagamos a “la firmeza y trato justo de las naciones americanas y al equilibrio aun vacilante del mundo”, a lo que nos exhortaba hace 130 años el Manifiesto de Montecristi.
Nadie dijo que esto sería fácil y que no habrá incomprensiones, escépticos y constructores de obstáculos y estorbos. Con esos tendremos que hacer lo que en su ensayo “A la Raíz” sugirió José Martí que se hiciera en 1895: “¡Y a lo que estorbe, se le ase del cuello, como a un gato culpable, y se le pone a un lado!”