El escudo
En 1917, el Gobierno Provincial constituyó una comisión responsabilizada con la presentación de la propuesta de un escudo para la provincia. Dicha comisión estableció contacto con el pintor Esteban Valderrama, quien se convirtió en el centro de la tarea. Entre otros, se consultó a Antonio Rossell, catedrático del Instituto de Segunda Enseñanza, considerado experto en la materia. Todos convinieron, a propuesta del artista, en tomar como basamento el escudo otorgado a la ciudad en 1828, con algunas modificaciones y actualizaciones, aunque sin respetar estrictamente las leyes de la heráldica. El 8 de octubre de 1917 se aprobó —en principio— el diseño, y se ratificó finalmente el 21 de enero de 1918. El escudo exhibe un campo azul y engloba los siguientes elementos: en primer término, el mar con su color natural; después, un castillo —el de San Severino— con un puente a cada lado, representando a la ciudad capital; al fondo, el Pan de Matanzas, con un paisaje y los dos ríos. Más atrás, el cielo. Descansa el blasón sobre un pergamino púrpura enrollado en sus cuatro ángulos, que mantienen una cinta con la inscripción Pro-Patria. La cinta continúa hasta atarse al final en su parte inferior, como apretado lazo que une un ramo de olivos —aludiendo a la gloria y el honor de los matanceros— y otro de cañas en flor, cuyas ramas se reparten a ambos lados. Ese conjunto descansa sobre un haz de unión republicana, envuelto en una cinta, y sobre él, una estrella de cinco puntas, representativa de la República.
Puente La Concordia/José Lacret Morlot.
El símbolo de Matanzas está asociado a este puente, el primero de hierro levantado en Cuba, por el Arq. Pedro Celestino del Pandal. Es un puente de estructura metálica, de arcos rebajados de hierro dulce con 36ms de luz, tablero superior apoyado en estribos cerrados de sillería. Su construcción se inicia el primero de febrero de 1875. La construcción de los estribos duró más de dos años, terminándose el hincado de los 360 pilotes de madera de Júcaro, al cierre del año 1876. A Nueva York fue encargada la estructura metálica, la cual llega al puerto matancero el 14 febrero 1877 y los adoquines de granito y losas silíceas para el pavimento del puente y acera en abril de 1878. La inauguración aconteció el 4 de noviembre de1878, con la presencia del entonces Capitán General Arsenio Martínez Campos. Un mes antes el licenciado Carlos Ortiz Coffigny, Regidor Síndico Suplente, propuso el nombre de “Puente de La Concordia”, en alusión a la firma, ese año, del Pacto de Zanjón, con el que falsamente se aludía a la “paz” sellada por la Guerra Grande y con la cual no se había logrado la independencia real de la isla.
La loma del Pán
Tres accidentes naturales identifican a Matanzas: la Cueva de Bellamar, el Valle del Yumurí y la Loma del Pan, esta última la mayor altura de la provincia con 382 metros sobre el nivel del mar. Sobre la Loma del Pan, una leyenda prehispánica —recogida por el desaparecido intelectual matancero Américo Alvarado Sicilia en su libro Leyendas matanceras— deja constancia de la adoración preferencial que mostraban al lugar las comunidades aborígenes. Se cuenta que Baiguana —bella mujer que residía lejos de la costa— enloquecía a los hombres que se entregaba, quienes abandonaban la caza, la pesca y las labores agrícolas. Tal situación provocó que el cacique Maguaní fuera a solicitar consejos al río Jibacabuya (actual Canímar), boca del dios Murciélago, que le ordenó llevarle un pescado a Baiguana; esta, tras ingerirlo con la luna alta, se acostó a dormir frente a su bohío un sueño del que nunca despertó y al salir el sol se había convertido en una gigantesca piedra con forma de mujer dormida. Aunque la historia no recoge quién tuvo la primicia de escalarla, sí se sabe que el primer europeo en divisarla fue el marino gallego Sebastián de Ocampo, encargado del bojeo a Cuba en 1508. Aseguran que, desde 1570, la elevación se conoce con su actual denominación cuando el 15 de abril, el Gobernador de la Isla, en carta enviada a la Metrópoli, comunicó sobre la instalación de atalayas para vigilar las costas, desde el Mariel hasta el Pan de Matanzas. El 5 de junio de 1762 la poderosa armada inglesa del Almirante Sir George Pocock se orientó por el Pan en su marcha hacia la toma de La Habana. Por su parte, el monarca Fernando VII firmó en 1828 la concesión para el escudo de armas de la ciudad de Matanzas, Real Orden leída en Cabildo del 13 de febrero del año siguiente. No por casualidad el diseño aprobado incluía esa elevación en plata. Un dato curioso refiere la llegada a la rada yumurina, en enero de 1833, de la goleta norteamericana Pan de Matanzas, cargada de víveres bajo el mando del capitán Troctrik. Años después, en 1841, Manuel Francisco Salinero solicitó permiso para editar un diario local con igual nombre. Lo más aceptable en cuanto al toponímico de esa elevación parece corresponder a su forma, parecida a la del tradicional alimento, como dejó plasmado en sus memorias de viaje la sueca Fredrika Bremer, cuando en 1851 visitó la ciudad. Durante el siglo XIX, el lugar fue escenario del cimarronaje y el apalencamiento de esclavos, quienes encontraron refugio en sus bosques y cuevas como patentizan documentos conservados en el Archivo Histórico Provincial. También existió un ingenio nombrado El Pan, enclavado en la base de la serranía, activo durante gran parte de la mencionada centuria y donde, además, había un campamento militar en el que fue sepultado el soldado español Gabriel Palmer, el 6 de abril de 1896, según consta en acta. Más conocido resulta que la zona sirvió de refugio al Regimiento de Infantería del Ejército Libertador Tiradores de Maceo, como antes había sido base de operaciones del mayor general Pedro Betancourt. Precisamente hacia ese sitio se dirigieron, luego de bordear la ciudad, los miembros de la última expedición independentista cubana, la del vapor Dauntless, que arribó al norte matancero el 26 de febrero de 1898 bajo el mando de Enrique Regueira al frente de 11 patriotas, entre ellos el general Emilio Núñez. Grandes exponentes de la lírica invocaron el paraje. Plácido le dedicó dos composiciones poéticas: Al Pan y La Estrella del Pan, mientras que el poeta y patriota José María Heredia lo inmortalizó en su Himno del desterrado: “¡Tierra!, claman. Ansiosos miramos / Al confín del sereno horizonte. / A lo lejos descúbrese un monte.../ Le conozco. Ojos tristes, llorad. / Es el Pan...”
Ya en la lucha contra la tiranía batistiana, guerrilleros del M-26-7 operaron en la zona, pero también allí se alzaron bandas contrarrevolucionarias que resultaron en poco tiempo aniquiladas por el pueblo uniformado. Actualmente, el Sistema Nacional de Áreas Protegidas del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente incluyó esa elevación en la categoría de elemento natural destacado de significación provincial. Sus bosques albergan gran cantidad de especies maderables y de la avifauna de nuestro país como tocororos, cartacubas y carpinteros. Centinela de la ciudad y faro para los marineros, el Pan de Matanzas se eleva altivo, desafiante, cual símbolo pleno de historia y leyendas.