Héctor Correa creyó fervientemente en la conexión que existe entre las manos del alfarero y el barro. “La tierra es bendita”- decía, y quienes lo conocieron saben que hablaba no solo del sudor que hace “parir” el surco, sino también del prodigio del arte.
Desde hace siete meses hay un taburete vacío en la finca Coincidencia y sin embargo, todo en aquel espacio parece seguir su ritmo natural. El tamarindo inunda los árboles, el anfiteatro de piedra guarda la solemnidad de siempre y a pesar de la sequía, el verde persiste en aferrarse al paisaje.