Quizás la Vocacional sea el último refugio. Asustados de los largos pasillos centrales de la vida en que aún no han pasado brillador y donde nunca más él aparecerá por el otro extremo, de percatarnos que a la taquilla, esa del pecho, no le cabe un trasto más o reventamos, huimos a ese «pasado perfecto», como describiría un amigo.
Volvemos la memoria azul, a ese momento cuando las ilusiones no se habían ido volando como gorriones que a piedra espantamos del nido y pensábamos que teníamos la fuerza para patear el mundo con los kikos negros de punta dura hasta quebrarlo y luego reconstruirlo a nuestro gusto.