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Desinformación en la era de la posverdad

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Desinformación en la era de la posverdad

Es evidente que vivimos en un mundo dominado por la llamada posverdad, o sea, donde las opiniones son sagradas, y los hechos, opinables. Cada individuo ofrece una interpretación de la realidad según su interés o, en algunos casos, condicionada por la capacidad intelectual o el nivel de información de las personas.

En un escenario donde se ha erosionado la confianza en las instituciones, donde la globalización ha generado incertidumbres y lo digital y las redes sociales han contribuido a reforzar la posverdad, Cuba es blanco seguro de los medios de comunicación internacionales que buscan su descrédito, así como incentivar la distorsión deliberada de la realidad, con el fin de crear y moldear la opinión pública e influir en las actitudes sociales.

Resultado de ese proceso, y en contraste con las situaciones de estrés que viven a diario los cubanos, no resulta difícil participar a casi toda hora y en cualquier espacio en debates populares con temas que van desde la novela brasileña, hasta la economía mundial y el conflicto bélico del Medio Oriente.

Intercambiar pareceres mientras nos encontramos en una cola, aguardamos una guagua, o en el salón de espera de un bufete colectivo o de un hospital, es el pan nuestro de cada día. En ocasiones coincides con personas que conocen de veras acerca de lo que hablan. Se informan, siguen las noticias y contrastan fuentes confiables en las redes sociales. Pero no siempre resulta igual. 

De pronto te hallas en medio de economistas, politólogos, sociólogos, expertos en relaciones internacionales, abogados. Todos graduados en Facebook con la máxima de que “si lo dice Facebook, tiene que ser verdad”.

Lo más preocupante de la situación es que los debates populares, las explicaciones de los improvisados, se van transmitiendo de boca en boca sin verificación alguna. Se convierten en verdades absolutas para los que eligen la desinformación como camino más fácil. 

Foto: tomada de Telesur

Las dificultades con el transporte, los altos precios y un sinfín de circunstancias que a veces ponen la soga al cuello, suelen ser la excusa o el agravante para asumir cualquier información como verdad. Un hecho que desemboca en la socialización de la ignorancia. 

En una práctica de aprendizaje debe transformarse la utilización de las redes sociales, donde el usuario sepa distinguir entre los hechos y las diferentes interpretaciones de los mismos. Tarea que resulta difícil en medio de esos elementos tan nocivos; pero no es imposible si cada persona se hace responsable de cultivar su conocimiento por encima de situaciones temporales, e incluso de inclinaciones políticas.

Esta práctica es un tema que pasa por diferentes factores, desde la educación en edades tempranas hasta el estatus social y las posibilidades de cada quién. La globalización neoliberal también juega un papel importantísimo es este sentido.

Karl Popper, filósofo y profesor austriaco, apunta que “La verdadera ignorancia no es la ausencia de conocimientos, sino el hecho de rehusarse a adquirirlos”. Es necesario que exista la voluntad de no ser siempre un receptor pasivo ante el constante bombardeo de información.

Instruirse, nutrirse de las herramientas y de los medios necesarios para decantar los datos que recibimos a diario, construir nuestra propia opinión de los hechos comprobables y no ser voceros de aquellos que, sin más ni menos, repiten lo que escuchan o la parte del mensaje que entienden, constituyen las únicas vías para luchar contra la ignorancia en plena era de la desinformación y la posverdad.

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