Alguna vez soñé con usar una bata blanca y seguir los pasos de la familia: de las tías maternas que tanto consentían a sus pacientes, y de los tíos paternos a los que vi recorrer el mundo en gesto solidario.
Juro que antes de ojear libros de cuentos, llenos de dibujos de animales, tuve entre mis manos los grandes manuales de anatomía y hasta el formulario de medicamentos, ejemplares que en ese entonces pesaban más que la menuda niña de tres o cuatro años que los sostenía.