Los mexicanos me dicen que levante la cabeza, que mire hacia las estrellas de la noche habanera. Ellos colocan la botella de Habana Club encima de mi boca de manera vertical. Siento cómo el líquido entra a mi garganta a una velocidad con todo el empuje de la fuerza de gravedad. Cantan algo así como “¡El farol! ¡El farol! ¡El farol!” Al parecer era algún tipo de juego para beber que practicaban en su tierra. Hay un punto en el que no puedo tragar con la misma rapidez con la que el ron sale de la botella. Las mejillas se me inflan; pronto vomitaré. De repente paran y me dan una palmada en la espalda con una sonrisa.