La consagración de «toda su vida a luchar por la mujer» que, en definitiva, es lo mismo que pensar y construir un país más justo, resume lo que fue Vilma Espín Guillois.
Impulsora de la «Revolución dentro de la Revolución» que protagoniza la Federación de Mujeres Cubanas –de la que es su eterna presidenta– nos legó su ejemplo, que «es hoy más necesario que nunca».
Desde muy temprana edad asumió los ideales de libertad, no tuvo miedo para gritar en las calles de Santiago «¡Abajo Batista!» e integrarse al movimiento clandestino. Ya en la Sierra Maestra, con mucho ímpetu, y como ella enfatizó, «comenzaron las nuevas relaciones sociales y los principios de igualdad humana, de dignidad en que se funda nuestra Revolución».
En Vilma se resume la impronta de Mariana Grajales, de Ana Betancourt, de Isabel Rubio; está presente en nuestras maestras, científicas, ingenieras, en las diputadas que integran la Asamblea Nacional del Poder Popular –el segundo Parlamento a nivel mundial con mayor proporción de mujeres–; está en los círculos infantiles, en las casas de orientación a la mujer y las familias, en todas las legislaciones que protegen y garantizan el ejercicio pleno de todos los derechos para todas las personas.
Pero Vilma no es solo de Cuba. Fue determinante su liderazgo en la Federación Democrática Internacional de Mujeres y otras organizaciones. En su trascendental intervención en la iv Conferencia Mundial sobre la Mujer –celebrada en Beijing, China, en 1995, devenida punto de inflexión para la agenda mundial de igualdad de género–. Allí acotó: «Necesario es que la enorme acumulación de riquezas que existe en el mundo se aplique a resolver los grandes problemas de la Humanidad».
