Deseo que a los revendedores que creen que el pepino es una esmeralda y un tomate, un rubí, se den cuenta de que no es así y que de joyas no vive el hombre.

Deseo que la luz se mantenga, tanto la interior, esa que te ilumina los ojos como cuando suben el switch de una ciudad, como la otra, la que generan las termoeléctricas. Deseo no oír ni leer la palabra déficit nunca más.

Deseo que los hermanos, los de sangre y los de vida, puedan quererse sin importar la geografía y los trenes de aterrizaje. Deseo que Martin por fin termine de escribir Vientos de invierno y que tu club en el fútbol, sea cual sea, gane su liga.

Deseo que este Verano sea menos Verano, a ver si no se nos derriten la suelas de las
chancletas mientras desandamos aceras calientes.

Deseo que el aguacero que caiga sea sanador y no diluvial; como está el transporte, no puedo imaginar cuánto costará un pasaje en el Arca de Noé.

Deseo que los ciclones no sean más peligrosos que los niños con esos molinillos de mano que son un palo y esas aspas de papel con las que juegan.

Deseo que todos los bloqueos desaparezcan: los mentales, los económicos, los espirituales, todos aquellos que no dejen al hombre crecer mental, económica y espiritualmente libres.

Deseo que cuando, con temor y esperanza, abras la cartera, el billete que pensaste de
cinco pesos sea de 500. Deseo que encuentres la paz la interna, la que equilibra vicios y virtudes, y que el amor, parafraseando a Cortázar, te parta como un rayo.